lunes, 19 de diciembre de 2011

La leyenda de sleepy hollow


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Al terminar de leer “el hombre de arena” decidí seguir ad-hoc con los de miedo. Y buscando que leer se me cruzo un libro de Washington Irving, el cual me recomendaron en el mismo lugar que el anterior. A decir verdad desde que vi la película me pareció buena idea leerlo, pero lo eche en saco roto y no lo leí hasta ahora; Irving, como sabrán, era un buen historiador. Entre sus obras se encuentran relatos sobre la conquista española de América.
   El libro comienza relatando la forma en que se vive en Sleepy Hollow, un pueblo que se encuentra en el este de Estados Unidos que contagia a sus habitantes de un coportamiento ad-hoc a su nombre. Realmente no es difícil imaginarse un pueblo con habitantes con un comportamiento algo somnoliento, vivo en un país en el que cada seis años salimos a votar para elegir un tipo de gobierno que nos hace salir a marchar para exigir nuestros derechos.
   Al seguir leyendo me vi sumergido en la vida de un personaje que se dedicaba a la enseñanza, sobre el cual gira la historia relatada por Irving. Entre los discípulos de este profesor había una chica de nombre Katrina, de la cual se enamora y decide pretenderla. Como en todas la historias de amor existe otro pretendiente.
  El profesor, de nombre Icabod Crane, decide cortejar a la doncella discretamente, pero decide hacerlo así no por caballero sino por cobarde, ya que el otro pretendiente es un hombre (Brom el huesos) temido por todos en el pueblo.
   Cerca del final decide hablar con Katrina con respecto de su amor, obviamente lo rechaza (obvio, eso le pasa por cobarde) y al marcharse es perseguido por un jinete sin cabeza, el profesor intenta perder al jinete pero no lo logra y al llegar a un puente el jinete le lanza su cabeza. Todo el pueblo termina creyendo que el jinete había obtenido un alma más llevándose al profesor.
   Al final queda implícito que después de haber recibido desilusión, el profesor decide marcharse para emprender una carrera de abogado, que seguro le sería más fructífera. Así son las cosas, cero dogmas sólo realidad, no fantasmas; sólo lo mundano. Así que: ¡A VIVIR!.

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