domingo, 18 de diciembre de 2011

El hombre de arena


Vacaciones... y como era de esperarse, mucho tiempo libre. Ahora, he leído un libro que me recomendaron en noviembre, para estar ad-hoc con el terror que da la temporada, algo tarde, pues lo he terminado ya en diciembre; pero como me lo prometí, al menos lo leí.
   Este libro lo escribió E.T.A. Hoffman y trata sobre los miedos que alguna ves a todos nos han causado las historias de los adultos y como una mente joven es altamente impresionable.
La historia comienza muy al estilo de un cuento de Stevenson o de Stoker, es decir, comienza con una carta del personaje principal, comentando sus impresiones ante un suceso de su infancia. Él relata, a su hermano, el motivo por que los enviaban a dormir cuando niños, con el pretexto de evitar que los raptara el hombre de arena.
   Sucede que su padre gustaba de hacer experimentos de alquimia con un conocido de nombre Coppelius. El personaje principal (Nataniel) relata como al sentir cierta curiosidad decide investigar un poco sobre el hombre de arena y le pregunta a una criada sobre dicho personaje; ésta le cuenta un relato en el que éste, hombre malo, requería de ojos para vivir; así que raptaba niños que después entregaba a sus crías con pico de lechuza para comerles los ojos. Y, así, fue creciendo la imaginación del muchacho que a la edad de diez años fue mudado a un cuarto para el sólo, lo que causo que una noche, lleno de curiosidad, presenciara los experimentos de alquimia de su padre con el supuesto hombre de arena, el abogado Coppelius. Tras aspirar vapores que lo hicieron alucinar y, por tanto, traumarse de por vida es descubierto por Coppelius y Nataniel entre el desmayo, escucha el reclamo que Coppelius hacia a su padre con respecto de sus ojos diciendo: “ojos, ojos, ya tenemos ojos”. El padre le salva la vida desintoxicandolo rociandole un polvo en la cara que le causaría una ceguera parcial por el resto de sus días.
   Una vez que a crecido Nataniel, mientras estudia fuera, se topa con un extraño de nombre Copola que vende barómetros, Nataniel sospecha de un posible nexo con Coppelius ya que el parecido fisiológico es impresionante. Sospechando de que el asesino de su padre pretende venderle barómetros, comienza a escribir a sus hermanos para comentarles sus sospechas, estos, después de una visita que él hace a sus hermanos queda convencido de su error. Y trata de seguir su vida aceptando lo que vivio de niño.
   Al volver de viaje encuentra su casa destruida, quizá por el maldito Coppelius, pues como es obvio este personaje busca a la familia por algún viejo resentimiento. De nuevo el viejo Copola se topa con el joven Nataniel, pero ahora lo que quiere venderle son; ¡OJOS!. Y tras haber sido convencido de su posible locura por sus hermanos trata de mantener la calma y el vendedor comienza a sacar gafas que amontona en una mesa, ¡jajaja!. Al final le vende unos prismáticos, miralejos, catalejos, binoculares, etc... como quieras llamarles. Que usa para poder admirar a una autómata que descansa en la habitación de enfrente, que resulta ser la habitación de un profesor de física llamado Spalanzani.
   Debido a su ceguera parcial termina enamorado del autómata y queriendo proponerle matrimonio pensando que se trataba de la hija del profesor de física, por algún motivo el profesor Spalanzani permite que la historia entre el humano y el autómata se desenvuelva, lo que seguramente resultara en una desilusión para alguno de los dos, seguramente.
   En fin, mi dosis de pseudociencia se vio subsanada con este buen pequeño libro de solo cuarenta y seis páginas, y realmente tiene un final muy espeluznante que no voy a contar esta vez; solo diré que los locos no vuelan jajajaja.

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